
SUIZA — El escenario estaba listo para la consagración. Mathieu van der Poel llegaba a Suiza con un objetivo claro y una carga histórica sobre los hombros: conquistar el único título mundial que se le resiste. Lograrlo no solo sería un hito, sino la consecución de una hazaña que quizás ningún ciclista podría igualar en siglos. La presión, aunque externalizada con la concentración habitual del campeón, por dentro debía ser un infierno de nervios y expectativas.

La salida no fue clemente. Ubicado en el cuarto bloque de partida, el holandés tenía por delante a una treintena de los mejores especialistas del mundo. La lucha, desde el primer metro, sería con uñas y dientes. Desde la perspectiva externa, el ritmo puede parecer contenido, pero dentro del pelotón, es una batalla despiadada.
Van der Poel, nacido en Bélgica y con un enorme reconocimiento en su tierra natal, pero compitiendo bajo la bandera de los Países Bajos —debido a la nacionalidad de su padre—, demostró desde el inicio su intención agresiva. En una jugada que quizás fue prematura, en la primera vuelta ya había sobrepasado a una veintena de competidores, llegando a colocarse en una prometedora cuarta posición que inmediatamente lo señaló como el gran favorito.
Sin embargo, la sombra de Alan Hatherly (Sudáfrica) era alargada. El corredor del equipo JAYCO ALULA lo marcaba de cerca, en un marcaje casi personal, como una rémora que no se despegaba de su presa. Pero la carrera tomó un giro decisivo en la segunda vuelta. Ante el titubeo del francés Victor Koretsky, fue Hatherly quien tomó la iniciativa y se colocó en la cabeza de la carrera.
Van der Poel, experto y calculador, parecía no desesperar. Sabía que las primeras vueltas son para posicionarse, y se mantenía sólido en esa cuarta plaza, vigilando a Sudáfrica, Francia e Italia. La retirada táctica de Hatherly del grupo perseguidor, abriendo un pequeño hueco, no parecía alarmarle. La remontada del holandés parecía estar funcionando según lo planeado.
La prueba estaba lanzada. Los mejores del mundo se disputaban, metro a metro, las preciadas medallas. Mientras Hatherly demostraba una solidez envidiable, manteniendo un pequeño margen, Van der Poel soñaba con hacer historia. La ventaja del sudafricano, fortalecido por su experiencia en la carretera, era tangible, pero el grupo de perseguidores, con Koretsky a la cabeza, no parecía llevar la misma consistencia.
El circuito suizo, diseñado para ser explosivo y “rompiernas”, fue amado por algunos y criticado por otros. Sin grandes ascensos, pero terriblemente rápido, favorecía a un rider completo. Koretsky supo administrar sus fuerzas, bajando en un momento dado al grupo de persecución para recuperarse, una jugada maestra en un escenario de desgaste máximo.
Mientras, las habilidades técnicas de estos atletas eran un espectáculo: raíces, rocas, subidas y veredas eran sorteadas con una destreza sobrehumana. Hatherly, en punta, volaba sobre la pista como si fuera pavimento.
Pero el punto de inflexión llegó al cerrarse la cuarta vuelta. La ventaja de Hatherly sobre Van der Poel ya superaba el minuto y veinte segundos. Ahí comenzó la crisis del holandés. Su pedaleo, normalmente poderoso y fluido, se vio forzado. La confianza se esfumó. “No fue mi día”, declararía después de la carrera, admitiendo haber pasado por un mal momento físico del que no pudo recuperarse.
De ahí en adelante, el sueño se desvaneció. Las posiciones cayeron una tras otra. El final, aunque no deseado, estaba decidido. Alan Hatherly repitió triunfo como Campeón del Mundo, mientras que Mathieu van der Poel, uno de los máximos favoritos, veía cómo la gloria se le escapaba entre los dedos.
Ahora, el ciclismo mundial deberá esperar un año más para ver si el prodigioso holandés puede, por fin, completar su palmarés. Mientras, en la pista, siempre queda el recuerdo de los jefes, los grandes de este deporte, que incluso en sus días no perfectos, siguen siendo referencia. El ‘Jefe Nino’, si estuviera en su mejor momento, sería sin duda otro candidato a escribir su nombre en la historia. Pero este día, en Suiza, la historia la escribió Alan Hatherly.